Felicità. Al Bano

¨E un bicchiere di vino con un panino la felicita
E lasciarti un biglietto dentro al cassetto la felicita
E cantare a due voci quanto mi piaci la felicita¨

Llegué a Florencia y llovía. Pero sabía que al igual que en los otros países (porque también estaba lloviendo cuando llegué a casi todos) el Sol iba a salir pronto. Esa lluvia era la bienvenida y la forma del universo de decirme que era hora de descansar un poco; ya llevaba diez días de viaje. Pero el universo no se detuvo ahí, eso no era suficiente para él. También perdió mi maleta; la cual yo no quería registrar, pero la aerolínea pidió que lo hiciera por falta de espacio. La maleta llegó 3 días después y gracias a eso tuve una muy fuerte excusa perfecta para comprarme algunas cosas. Estaba escrita esa pérdida.

Cuando era adolescente, soñaba con conocer un italiano. Me ponía a pensar cómo sería el susodicho tanto en lo físico, como en su personalidad. Lo dibujaba perfecto: alto, guapo, inteligente, bronceado y que surfeara. Después de todos esos atributos físicos, pensé que sería importante que también me respetara, valorara y me quisiera. Aunque como buena adolescente, lo principal era lo primero. Fue tanto el sueño, que hasta me puse a estudiar italiano, al mismo tiempo que estudiaba alemán. Terminé mis estudios de idiomas, viví 25 años más y hasta ahora conozco Italia, mas no al italiano idealizado.

Debo de admitir que tres italianos me propusieron matrimonio en esos días, pero normalmente no me caso con extraños, así que no acepté.

Al igual que el alemán en Viena, el italiano que estudié no me sirvió para ni papa; aunque claramente es más fácil de entender. Mi cerebro en los primeros días no podía ni decir ¡Ciao!, pero ya con el pasar del tiempo, me fui acostumbrando y perfeccioné la conversación pudiendo decir dos palabras juntas.

Me dediqué a conocer la ciudad de una forma mas pausada, me sentaba en las plazas, en el puente a admirar sus bellezas, tomar café, comer pasta hasta el cansancio (que nunca me cansaré de ella) tomar vino y muchos aperol spritz. ¡Me sentía en mi charco! ¡Esto es lo que merezco! Me estaba gustando esto de viajar sola y darme cuenta que todo lo podía hacer a mi antojo y a la hora que quisiera.

Fui un día a Venecia y luego de ¨gondolear¨, me senté a ver el agua por horas, sin nada mas que hacer ni pensar. Estaba en el paraíso de mi cerebro, él estaba decidido a vivir el aquí y el ahora, era un estado de calma, como nunca lo había tenido.

Mis últimos dos días fueron para ir a museos (sería el colmo no ir a alguno ahí) e ir a almorzar a Pisa y posar para la foto. Luego de esto me embarcaría en otra aventura, directo a Barcelona.

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