¿Con quién estoy?
Yo tenía 23 años, estaba terminando mi carrera de diseñadora y ya tenía mi primer trabajo.
Había un hombre… y digo hombre, porque no era un chico de mi edad, se veía un poco mayor. Era guapísimo, siempre lo veía en el comedor con sus compañeros y solo pensaba
– ¿Estará casado? ¿Divorciado? Se ve mayor que yo, pero me gusta.
Igual nunca le dije nada, ni tuvimos mayor acercamiento. Yo era tímida, lo veía como alguien imposible para mí, probablemente casado, con una vida hecha, así que poco a poco se fue convirtiendo en mi ¨crush¨.
En mi diario, escribía cada vez que lo veía por la oficina, imaginaba cómo sería nuestro primer encuentro de película: se me caen los papeles y él los recoge. Nos quedamos mirando y sentimos una conexión inmediata. Me invita por un café y empezamos a conversar. Hice una linda historia de amor, de esas que siempre tienen un final feliz.
Tiempo después, renuncié a la compañía donde trabajaba y para mi asombro, en la fiesta de despedida, llegó. Fue nuestro primer encuentro; y aunque no fue recogiendo los papeles, pudimos hablar un rato durante la fiesta. ¡Me sentía en las nubes! Cuando un ¨crush¨ te habla y te ¨da bola¨, es la mejor sensación del mundo… ¿o no?
Al terminar la fiesta me dijo que si podíamos salir otro día. Era un primero de agosto, íbamos a ir a cenar, estuve escogiendo mi ropa toda la tarde, tenia que verme perfecta para él. Sabía que era mayor, así que opté por un ¨outfit¨ un poco más conservador de lo usual, para que viera la mujer grande y madura que era, sin perder mi esencia.
Pasó por mí a la casa, fuimos a cenar a un restaurante en Polanco, nos sentamos en la terraza y comenzamos a conversar. Para mi sorpresa y felicidad absoluta, estaba divorciado, de hecho, recién divorciado, con un hijo de unos siete años. Era diez años mayor que yo, lo cual, me generó cierta duda, pero no hay edad para el amor… ¿o sí? Hablamos por horas esa noche, hubo mucha química, nos reíamos a carcajadas de cualquier cosa y a media noche, cual cenicienta, me llevó de vuelta a mi casa. Muy respetuoso, no se acercó a darme un beso, pero era claro que le gusté y yo también le di a entender lo mismo.
Esa noche, escribí en mi diario, todo lo que pasó, lo feliz que estaba y guardé una servilleta de recuerdo, la cual iba a convertirse en mi ¨marca página¨ del diario, mi libro de vida.
De ahí en adelante, nos hablamos todos los días y nos vimos casi todos. Yo no manejaba automóvil, así que empezó a llevarme a la oficina, porque le quedaba de camino a la suya. Para finales de septiembre, ya éramos oficialmente novios. Me lo propuso en una de nuestras salidas románticas, a la luz de las velas. Todo era tal cual lo escribí en mi diario. No podía ser mas perfecto.
Mi ahora novio, Miguel, no solo era super detallista y romántico, sino que también inteligente, preparado, sabía lo que quería de su vida y el hecho de que yo fuera parte de ello, me era infinitamente gratificante. Había logrado ser novia del ¨crush¨ que tanto idolatraba desde el primer día que lo vi.
Un sábado de octubre, por la mañana, me llamó al celular, pero yo estaba en el baño, así que no pude contestar. En seguida vi que tenía tres llamadas perdidas, lo llamé de vuelta y empezó a decirme que se sentía muy triste porque no atendí su llamada. Le expliqué que me estaba bañando, pero comenzó a decir que no le mintiera, que le rompía el corazón pensar en que probablemente estaba con alguien más. Le juré que no.
-Te lo juro, mi amor, me estaba bañando.
-Acuérdate que soy mayor que tú y sé cómo funcionan esas cosas, estoy con el alma partida en mil pedazos. ¿Cómo pudiste hacerme esto?
-Pero no he hecho nada, ¿Qué puedo hacer para que me creas?
-Hasta aquí, Laura. Hasta aquí llega nuestra relación.
Me dijo que yo era muy joven para él y no era justo conmigo, que tenía que salir con chicos de mi edad, con mi mismo nivel de madurez.
Lloré todo ese sábado, por suerte mi mamá estaba en casa y me consoló. Cuando le dije qué había pasado, se puso furiosa, diciendo que era un manipulador y no era para mí. No le creí, lo amaba con locura, era mi primer novio formal y durante los dos meses de relación, había sido extraordinario conmigo.
Yo había comprado un carro hacía unos meses, pero no me atrevía a salir sola, las calles en México son peligrosas para una novata. Pero, como el amor todo lo puede, al día siguiente, tomé fuerzas, las llaves del carro y manejé hasta su casa. Le rogué que me diera otra oportunidad, que me dejara demostrarle lo mucho que lo amaba, que yo no necesitaba estar con nadie más.
-Laura, no sé, ya te dije que me dolió mucho lo que hiciste. Con esto me di cuenta que la edad sí es un problema, tú tienes que vivir mucho y con alguien como yo, no lo vas a poder hacer, porque quiero una relación seria, casarme, tener hijos y llegar a viejitos juntos.
-Yo también quiero eso, por favor créeme. Te amo
Luego de unos treinta minutos en los que lloramos los dos; él porque no era más madura, yo porque me iba a dejar
-Hagamos algo, Lau: está bien, volvamos. Pero necesito que pongas de tu parte. Eres jovencita, yo también, pero no tanto como tú. Es importante que te empieces a comportar como una adulta.
-Está bien. Creí que lo estaba haciendo, pero hoy me doy cuenta que no; por ti estoy dispuesta a cambiar.
En ese momento, nos reconciliamos con un beso que nos llevó al cielo. Me quedé en su casa todo el día y luego volví feliz a la mía. Sentía un poco extraño eso de la madurez que tenía que empezar a demostrar, pero, en definitiva, por amor, podía aprender.
Nos fuimos a vivir juntos en febrero. Inicialmente iba a vivir con el tres semanas, porque su carro no estaba funcionando y le ofrecí el mío y al final me quedé allí.
Con el tiempo, me fui alejando cada vez mas de mi mamá. A Miguel no le gustaba que hablara con ella, me pedía que lo hiciera con él al frente. Mi madre por su lado, viendo lo que estaba pasando, dejó de darme el dinero para pagar mi colegiatura y también se alejó un poco para ver si yo reaccionaba.
Mis gastos de colegiatura fueron bastante grandes y además de esto, Miguel me pidió sacar una tarjeta de crédito para que, pagáramos los gastos de ambos. También convivíamos con su hijo, del cual me encariñé mucho y esta tarjeta, por supuesto que incluía los gastos de él. Yo no la pagaba, pero estaban a mi nombre.
Por otra parte, empecé a notar que la relación con su exesposa era muy complicada, al punto que lo tenía demandado. Miguel decía que estaba loca y le reclamaba ser un mal padre (lo cual no era cierto – según yo podía ver- porque el niño estaba con nosotros muchísimo tiempo), hasta un punto en la señora empezó a pegar rótulos en la colonia, donde decía cómo era su marido. Por supuesto concordé que estaba loca. Luego entendí que Miguel tenía ataques de ira muy fuertes y violentos y que su exesposa no estaba loca.
Un día, mientras lloraba en el baño, a escondidas, porque a él no le gustaba verme llorar, llamé a mi tía, no sabía exactamente porque lloraba, mi mente estaba abrumada, pero sabía que las cosas no estaban bien y que Miguel podía hacerme daño, le conté a ella, por si algo me pasaba.
Pasaron noches donde no sé cómo pude dormir; siempre lloraba, llegaba a la oficina con los ojos hinchados, sin ganas de nada. Mientras que otras noches, mi novio me ponía en el cielo, diciéndome que era una mujer maravillosa y que no podría vivir sin mí, ni yo sin él. Yo le creí.
Algo que me empezó a parecer raro (algo más) fue el trato que tenía con su familia. Era muy irrespetuoso con su mamá y hermana, pero ellas mismas decían que así era él, que había que entenderlo.
Nueve meses después de habernos ido a vivir juntos, de un momento a otro, Miguel me dijo que regresara a mi casa con mi mamá. Luego me di cuenta que él y ella llegaron a un acuerdo, luego de que mi mamá lo llamara y hablaran. Nunca supe que acordaron.
Seguimos siendo novios, solamente que cada quien vivía en su casa.
Me enfermé; mi estomago iba a explotar, sentía que moría del dolor; al día siguiente tuve que ir en Uber al hospital, porque le había prestado el carro a Miguel para que fuera con su hijo y exesposa a una obra de teatro.
Esa noche mientras estaba en el hospital, Miguel llamó
-Hola mi amor, como estás?
-No manches Miguel, desde ayer viste que estaba enferma, no me has llamado en todo el día; simplemente desapareces por 24 horas ¿y ahora llamas saludando como si nada?
Como él me tenía monitoreada por el GPS del celular, inmediatamente llegó al hospital
-Buenas noches, ¿puedo ver a Laura?
-Mamá, dile a la enfermera que no lo deje pasar, yo no quiero verlo.
-Mi amor, ya estoy aquí, por favor perdóname. Sabes que tú eres mi amor, que la vida no tiene sentido si no estoy a tu lado.
-No quiero saber nada de ti. Vete.
En esa semana, yo había comenzado a hablar con dos chicos, lo que me llevó a darme cuenta que podía gustarle a alguien más, así que me sentía más empoderada para terminar mi relación con Miguel… y así fue.
Miguel me llevaba flores a la oficina, mariachis a mi casa… Lo ignoré.
A los días, recibo un mensaje donde vienen las conversaciones que yo había tenido con los chicos. Miguel de alguna forma hackeó mi celular y obtuvo esa información.
-Eres una puta. Ya veo por qué me dejaste, tenías a otro. Siempre supe que no querías nada serio conmigo y que no ibas a dejar de ser la inmadura niña que conocí. Qué bueno que no me casé contigo. Nunca vas a ser feliz con ese otro, porque nadie te va a dar lo que yo te he dado, como te he cuidado, las cosas que he aguantado y los sacrificios que he hecho, todo por ti.
Fueron tanto los insultos, las palabras dolorosas que me dijo, que me las creí una a una.
-No Miguel, por favor perdóname. Te voy a demostrar que yo no soy así, perdóname. Para mi eres lo más importante.
Logró perdonarme y continuamos nuestra relación. Claro que, con la condición de que iba a seguir revisando los mensajes, porque no podía confiar de buenas a primeras en mí.
De igual forma, seguía monitoreando el GPS, viendo mis redes sociales y las conversaciones que tenía con mis amigos. Fue tanto, que empecé a averiguar cómo le hacía para obtener la información. En una agencia de seguridad, me dijeron que era una aplicación donde la gente puede encontrar todo lo que hay en tu teléfono, y aunque es un delito… no hay forma de comprobarlo ni de que alguien haga algo en un tribunal con eso. Me recomendaron no demandar. Tuve que dejar de usar mi celular, estaba paranoica. Sabía que esto tenía que parar, pero no me sentía con las agallas para hacerlo.
Una noche, Miguel estaba muy borracho, eran las tres de la mañana, se bajó del carro furioso porque le reclamé por la forma en que le estuvo hablando a una niña en la fiesta.
-Me voy caminando. No quiero verte
-Miguel, por favor ven, es tarde, no puedes caminar como un loco por la calle.
Luego de unos diez minutos, volvió al carro y me dijo que en cuanto llegáramos a su apartamento, me fuera para mi casa porque no quería volver a verme.
Fui al apartamento, a recoger mis cosas y la discusión siguió a tal punto que pensé que me iba a pegar; los dos gritábamos y nos decíamos cosas horrorosas. Sus papás que vivían en el piso de arriba, escucharon y bajaron.
-Miguel, ¿Qué está pasando que oímos gritos?
-No, nada papá. Todo está bien, no te preocupes.
-No te creo, quiero que salga Laura para verla. Que ella sea la que me diga si está bien.
Miguel se fue al cuarto, diciendo que me maquillara para que no se notara que estaba llorando. Yo estaba en shock, mil cosas pasaban por mi mente; me quería ir, pero me daba vergüenza que mi suegro me viera; mi mamá no podía verme así, también era vergonzoso. No sabía qué hacer. Así, que salí a la puerta y le dije al señor, que todo estaba bien.
Un mes después, me dijo que nos fuéramos de viaje a San Diego por tres días. Iba ilusionada por conocer un lugar nuevo, aunque tenía el presentimiento de que me pediría matrimonio… y así fue… y le dije que sí.
En el momento en que me puso el anillo, empecé a caer en cuenta de lo que estaba pasando y de que yo no quería casarme con él. Curiosamente, el anillo no me quedó, por lo que cuando llegamos a México, me llevó directo a la joyería para que lo arreglaran.
Minutos antes de llegar a la tienda, tuvimos una discusión de las que siempre teníamos, de esas que ya ni vale la pena mencionar; así que cuando estábamos en el parqueo, le dije que no quería casarme. Me bajé del carro, saqué mis maletas y comencé a correr por avenida Masaryk, porque Miguel venía detrás mío, gritando que yo era una puta y mil insultos más. La gente se quedaba viendo la escena, y nadie hizo nada, ni la policía. Eso me dolió mucho, estaba muy asustada y no había una sola persona que me ayudara.
Cuando llegué a la casa exploté en llanto, con mi mamá… finalmente tuve ese apoyo y contención que tanto necesitaba.
A los días, Miguel me empezó a buscar, mandándome flores, chocolates y nuevamente los mariachis; esta vez no hice caso y él se volvió más loco, a tal punto que comencé a pensar que me iba a secuestrar. No salía sola a la calle, ni en mi oficina me sentía segura… él me perseguía.
Por trabajo, tenía que estar saliendo de viaje; una vez, en el aeropuerto, vi a una señora con unas flores y un rótulo con mi nombre.
-Laura, buenas tardes. Estas flores son para usted. Se las manda Miguel.
Mi jefa venía conmigo y conocía la historia; me tomó del brazo y me llevó al taxi.
-Ignora a esta señora, me dijo. ¡Este tipo está loco! ¡No puede ser que sepa de dónde vienes, en qué vuelo y a qué hora!
-Por favor avísame cuando llegues a casa.
Tiempo después, me enteré que se había casado y tenía una hija. Su ahora esposa, cuando tuvo a su hija trató de huir a otro estado de México; él le puso orden de captura por secuestro de la niña, por suerte, sigue sin ver a su hija.
Hace un año, Miguel tuvo un accidente, donde se lastimó sus piernas y no pudo volver a caminar.
Han pasado ya varios años desde esa relación, que duró en total cuatro. Mis aprendizajes han sido muchos, la sanación larga pero efectiva. La gente suele juzgar a las mujeres que pasamos por situaciones de violencia; dicen que si nos quedamos es porque nos gusta, porque somos cobardes o que esto pasa solo en cierto estrato social. Eso no es cierto… y por eso cuento mi historia; la violencia no tiene que ver con clases sociales, no tiene que ver con que te guste que te agredan o que somos cobardes, sino que traemos una historia (no es la misma para todas) y que si tú no has vivido algo como esto, no puedes juzgar; lo que sí puedes hacer (mínimo) es tener empatía. Lo que si puedes hacer, es ayudar cuando ves que alguien va corriendo por la calle con un tipo insultándote atrás. Algunas podemos salir de la violencia, otras, lastimosamente no. Hay muchas cosas que como sociedad tenemos que cambiar.
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