Yellow. Coldplay

¨So then I took my turn, what a thing to have done¨

Tras una semana de haber renunciado, se me ocurrió la grandiosa idea de irme a Europa sola. Conseguí tiquetes bastante baratos y siete días después, me embarqué en esta aventura. No sabia dónde ir, ni qué hacer, solo tenía planeado la mitad de mi viaje.

Dejé atrás cosas, personas, amores, sentimientos, para estar yo, para ser yo, en el reencuentro que tanto necesitaba tener.

La noche anterior al viaje, mientras trataba de conciliar el sueño, no dejaba de pensar en lo que se venía. Tenia miedo, ansiedad, incertidumbre, expectativa. ¿Me iré a aburrir 3 semanas en Europa sola? ¿Será que conozco a una futura pareja? ¿Y si se me pierde el pasaporte o el dinero? ¿Podré salir en las noches o mejor no? A pesar de que sabía que todas esas preguntas no tenían respuesta y que no iba a saberlo hasta estar ahí, me costó dormir.

Llegué a Viena… creí que iba a romper la barrera del idioma de inmediato y que tomar un metro para ir hasta mi hotel era pan comido. PERO NO. No entendía si era para la derecha o para la izquierda; de nada sirvieron mis 6 meses de alemán hace 25 años (#sarcsasmo) Así que luego de tomar el tren del aeropuerto al centro, pedí un Uber y llegué al hotel en 10 minutos sana y salva.

Empecé a postear historias, y la gente me decía que si estaba en Alemania. No se si porque es igual o porque nadie viene a Viena, o supone que todo lo que sea alemán, solo se habla en ese otro país. Evacuadas las dudas, mis amistades y familiares me enviaban sus palabras de aliento, que son alimento para mi alma. ¨te lo mereces, disfruta¨, ¨siento que estoy con vos paseando y me encanta¨, ¨que belleza, que disfrutes al máximo¨, entre otros. Y es que como desde que vine de mi retiro en Mérida (hace mes y medio) siento tanto amor por todo y todos, que aunque sean palabras sencillas o un simple like, hacen que mi corazón explote de amor. Amor por los buenos deseos, por esas personas que me quieren y yo también, por los que están y estuvieron, por los que estarán y por mi. Gracias. Decirles gracias no es una simple palabra en este momento de mi vida. Gracias abarca muchas cosas, muchas emociones que literal siente mi corazón cuando lo dice. Para algunas personas esto debe ser como muy obvio, pero no se si alguna vez lo han sentido de esta manera, o si soy yo que nunca lo había sentido así hasta ahora. Pero si de algo estoy segura, es que hay un punto de no retorno después de Mérida, y me encanta.

Habían 3 lugares a los que tenía que ir si o si: a la casa de María (amiga de mi madre que falleció), el castillo de Belvedere a ver pinturas de Klimt y a Das Hundertwasser Haus. La razón de estas paradas era mi mamá, que me había enseñado de sus viajes las pinturas de Klimt y ese conjunto de apartamentos divino. Ella no me pidió que fuera, sino que así es como funciona la educación en las casas: fotos, historias y afiches que traía cuando viajaba, hicieron que mi mente incorporara ese tipo de arte y que yo decidiera ir a verlo en vivo, a experimentarlo en carne propia.

¡Ah! ¡y la casa de Freud! Estudié psicología, o mas bien psicoanálisis, así que Freud y Lacan eran casi dioses en esa universidad. Me senté afuera de la casa en una banca y empecé a visualizar qué hacía, lo veía sentado en el balcón fumando y pensando en su fijación fálica. Estuve mucho tiempo ahí, dejando fluir mi imaginación con lo que pudo pasar en esa casa y en esa calle.

Mi mente en esos días, puedo decir que no pensaba en nada mas que a dónde iría luego; fue mágico desconectarme de todo. Luego de recorrer Viena e ir a un pueblo llamado Hallstatt, ¡que es espectacular!, me monté en el tren con dirección a Budapest. Una nueva experiencia estaba por venir. Ya iba por el día número cinco de mi viaje.

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