Me voy. Julieta Venegas.
¨Que lastima pero adiós, me despido de ti y me voy¨
Volví del retiro lista para tomar decisiones. La primera: renunciar a mi trabajo.
Ya lo tenía claro desde antes de irme de viaje, pero esas ocho angelitas en Mérida, me hicieron terminar de ver que era lo mejor para mí. ¿Por qué? Porque me estaba matando emocionalmente. El hecho de que, desde agosto 2021, hubiese empezado a tener de nuevo ataques de ansiedad y que no haya podido controlarlos, era suficiente razón para entender que ya no daba más. Ningún trabajo debería quemarte tanto, como para que tu vida emocional se vaya a la mierda. En enero tuve que empezar con medicación de nuevo, porque realmente era incontrolable, lloraba mucho, sentía una presión en el pecho espantosa y no dormía en las noches, pensando que tenía que trabajar al otro día. Mi trabajo se estaba convirtiendo en esa relación tóxica que no podés dejar, pero que al mismo tiempo no soportas.
Al lugar de trabajo le agradezco muchas cosas, me formé como profesional allí, pero ya mi ciclo se cumplió; las decisiones que se tomaban y cómo se hacían las cosas, no estaban en línea como mi forma de pensar ni sentir; supongo que ambos, habíamos cambiado. (como una relación donde ya no es lo mismo y tiene que terminar) Pensé mucho la decisión, por mi estabilidad financiera, pero también sabía que, si no me iba, no habría forma de ¨move on¨.
Recordé mi salto al vacío en el cenote: Tenía algo de miedo, pero quería ser valiente y hacerlo; cuando iba cayendo no tenía idea de cómo iba a ser, jamás imaginé que me podía golpear, pero pasó. Aún así, cuando entré al agua, después de sentir el dolorcito en mi piel, salí a la superficie y sonreí de felicidad por haberlo hecho; me reí y nadé con mi espejito, (mi angelita guatemalteca de Mérida) feliz y sobre todo con ganas de volverlo a hacer.
Esa fue la señal que necesitaba para saber que la decisión era la correcta, y así fue. Di mi mes de preaviso y la primera semana de abril fui libre. No tenía idea de qué iba a hacer después de esa semana, pero no importaba. Tenia siglos de no tener tanta felicidad.
La gente me decía que estaba loca, especulaban con que ¨fijo sí tiene otro trabajo, pero no quiere decir¨ y hasta se dieron el lujo de inventar que me iba a trabajar en un hotel de playa, siguiendo mi sueño. Los que me conocían de verdad, me felicitaron, se alegraron y celebramos la decisión, a todo dar. Esas buenas vibras de mis amistades y familia, me hizo quererles mas de lo que ya les quería. Estoy muy agradecida por esas palabras de aliento y de lo felices que estaban de verme contenta. Sonrío al escribir estas palabras; en mi mente veo las caras y conversaciones que tuve con todas y cada una de esas personitas, que han tocado mi vida en estos tiempos.
Como seguía (y sigo) enamorada de todo y nada, estaba demasiado ilusionada con mi nueva vida. Agradecida de haber tomado esa decisión y de haber ahorrado suficiente para poder hacerlo, sin depender de nadie. Tenía algo claro: no volvería al mundo corporativo. Ni a trabajar en eso que he hecho desde hace casi veinte años.
A la semana siguiente, decidí irme a recorrer Europa. Compré el tiquete de ida y vuelta, sin saber cuál sería mi destino dentro del continente; solo tenía claro que llegaba a Viena y me devolvía a Costa Rica, veintidós días después de pasear conmigo misma, de Barcelona.
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